martes, 11 de noviembre de 2008

Yo fui groupie de los SONEX


Lo otro que ser


Liliana Cuervo



La música es un lenguaje de sensaciones, yo creo que a partir de la sensación sonora es posible concebir el mundo, generar devociones, contemplaciones, y por supuesto, comulgar con los movimientos del tiempo. Creo también en una experiencia física de las vibraciones, en una corporalidad de las vibraciones y debido a eso, creo que la música hace percibir al propio cuerpo y al de quien lo toca.
Cuando un sonido se siente cercano a uno mismo el cuerpo se desborda sobre esa música en totalidad, no se bien cómo sucede, pero la carne es un fluido que viene y regresa en el sonido que aparece desde un mundo privado en el instrumento de otra persona, a partir de su voz o sus manos y el aliento de quien vive la realización de la música. Siempre he sabido que me gustan los músicos porque me gusta mucho la música. Pero también me gusta la música por que existe en los músicos; es una posición retorcida y comprometida con el cuerpo de quien sé que vive o vivió ese momento de estar existiendo en una significatividad suprema como le llamo Nietzsche. Ese uno primordial anterior a la significación de las cosas. Hermosa pasión la de vivir la música.
Cada ser tiene un diálogo diferente consigo mismo. Para mí, que la intimidad tiene una relación necesaria con el ritmo, la música se vuelve un universo sentido e inevitable, con la respuesta necesaria de mi corporalidad.
Ser groupie es una posición un poco más peliaguda que la de una fan. Se requiere estar cerca y presente con el cuerpo, en el círculo y la vida social de la banda a quien se venera. Desde Nancy Spoonget hasta Marthita Sahagún una groupie siempre aspira a encarnar la presencia e idea social de su sujeto-objeto de ambición. No importa que tan horrible sea Él, si es gordo, patizambo, visco, sin dientes o un poco cojo, bastante ignorante no importa, si toca en una banda sus defectos serán sus atributos más valiosos con los que se distinga entre los demás. Pero la veneración por un concepto de personaje, más que por el ser humano mismo que se arriesga a conciliarse en la música, viene, según mi parecer, de un complejo idiosincrásico donde la posición arriba de un escenario es lejana y hasta sublime desde las butacas del público en posición de receptor. Es una posición de poder. La música de Sonex tiene una particularidad y que deriva especialmente en las críticas que ha tenido esta banda desde su conformación: los Sonex se forman después de tocar son, y la música de son en el sur de Veracruz es comunitaria. No es algo lejano desde la distancia de un escenario, sino que sirve para la comunión inmediata, a través del ritmo, de todos los que viven ese suceso sin más distancia que la madera de una tarima, y no arriba sino en el centro de todos. La música de son es para bailarla toda la noche y el músico como el danzante tradicional, tiene el encargo de mantener ese ritmo festivo, de celebración, de unidad con el mundo que aun guarda su relación con la tierra y la vida y con los hombres. El hacer música de escenario tiene que ver con un contexto más urbano, o si no la palabra correcta para nombrarme sería una etnogroupie, cosa imposible y aberrante.
Las relaciones de poder a través del cuerpo en el contexto de ciudad se reestructuran siguiendo los patrones psicológicos de dominación y sumisión, pero encuentran representaciones normalizadas donde la experiencia de los sentidos guarda ciertas estructuras que permite su desbordamiento sin destruirse, sino para fortalecerse. Por ejemplo, en un concierto de rock el público vibrará y se entregará al sonido y a sus músicos y estos a ellos, pudiendo tener la experiencia más catártica de toda sus vidas y hasta destruir uno que otro instrumento en el clímax del suceso, pero inclusive si el vocalista se arroja a las manos de sus fanáticos seguidores no se unen, sino que se marca aun con más claridad la diferencia entre el adorado y el adorador.
Ser una groupie está en los límites de esa relación, porque si bien afirma los papeles del músico amo y la fanática a sus órdenes, aspira a una posición de igualdad, equilibra esta circunstancia al volverse también ella controladora de la vida privada de la estrella, forma parte ya no como objeto sino como compañera en un intercambio de poder, que sustituye quizás con mucha suerte y por veces a la soledad. En este sentido creo que yo no llegué tan alto. Más bien creo que mi deseo por los Sonex fue únicamente a través de las sensaciones del cuerpo, de mi cuerpo que experimentaba en cada uno, un timbre diferente entre otros sonidos, el sonido fundamental de los Sonex que sonaba cercano en mi propio movimiento. Y creo que quise un poquito a los que besé, pero sólo con uno tuve el deseo de desprender mi necesidad musical para quedarme con el ritmo verdadero de su cuerpo y su voz. Una música entre ambos que yo recuerdo, por cursi que suene. (No se trata del vocalista, aclaro sin temor para ahorrar cualquier inconveniente.)
El Jero, Helio, Camil, Luis Felipe y Juanito: Los Sonex, son músicos que vienen del son tradicional pero que lo trascienden por coherencia a una realidad que exige otra propuesta. Daniel se incorpora una vez instalado el grupo en esta realidad. Sé que a través de su apuesta he pasado a la madurez y apropiación de mi cultura musical: de los Sonex al son tradicional, de éste a la raíz arabo andaluza, de ahí a los maravillosos límites trastocados de la contemporaneidad flamenca, y de ésta a la música contemporánea afrobrasileña, cubana, peruana, a la simultaneidad del rock y la historia mexicana en una postura crítica ante las pretendidas políticas de determinación de la identidad nacional.
La música de Sonex que ahora escucho a veces no es tan hermosa como la música de Sonex que recuerdo, y no se refiere a su calidad que avanza innegablemente, sino a la identificación que anteriormente yo hacia con ellos. Pero ese es problema mío y escucharlos ahora requiere de mí no sólo mi inteligencia, sino mi sensibilidad para trascenderla más allá de un reflejo de mis deseos pasados.
Quede para otro escrito el espinoso asunto del amor, que poco tiene que ver con este deseo de ensayo.
Finalmente vuelvo a Nietzsche para concluir: el que sea posible en general una relación entre una composición musical y una representación emocional intuitiva, se basa en que ambas son expresiones, sólo que completamente distintas, de la misma esencia interna del mundo.

* Liliana Cuervo
Directora de CHORE Estudio de Danza y Artes de Xalapa
choredanza@gmail.com

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